Publicado Domingo, 09-11-08 a las 11:34
El viejo opel astra avanza renqueante por unas calles que parecen toboganes flanqueados por casitas blancas. Zagra, en el poniente granadino, es un pueblo de postal con castillo árabe en ruinas y rodeado de un mar de olivos. Hace unos años salió en los papeles cuando los vecinos —poco más de mil— aflojaron el bolsillo para construir una nueva casa cuartel de la Benemérita e impedir, así, que los guardias tuvieran que marcharse. El alcalde, José León Malagón, conduce atento a los paisanos con los que se va cruzando.
Un chico en moto.
Un chico en moto.
León le hace señales para que se detenga y abre la ventanilla. «Antonio, ¿en qué situación laboral estás ahora?».
—Pues cómo voy a estar. Sin hacer nada.
—Vale. Síguenos, que vas a hablar con estos señores.
La siguiente parada es un bar. Un lugar ideal para buscar testimonios. Varios clientes están acodados en la barra, mirando en la televisión la subida de Obama a los altares. Partidarios del presidente electo de Estados Unidos corren y saltan con la cara iluminada, como James Stewart deseando feliz Navidad a todo el mundo en la escena final de «¡Qué bello es vivir!». «Ese va a venir a repartir duros al pueblo», comenta un parroquiano mientras le da vueltas y más vueltas al café con la cucharilla. El alcalde sigue a lo suyo. Flaco y espigado, se da un aire quijotesco, algo que no ha pasado desapercibido a los pastores de la zona, que le han dedicado más de un trovo. «He encontrado a media docena. ¿Es suficiente?».seguir leyendo clic aqui
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